Entrevista a Víctor De Gennaro
El fundador de la CTA asegura que Hugo Yasky, su rival interno, “pasará a la historia por su relación con el Gobierno y por ser el que originó la ruptura” de esa central obrera y considera que el modelo económico que aplica el kirchnerismo “concentra la riqueza y extranjeriza”. Para algunos chistosos, muchos sindicalistas argentinos son como el aloe vera: cada semana se les descubren nuevas propiedades. Pensándolo mejor, además de ser un chiste viejo, es injusto porque cubre de sospechas de corrupción a todos los líderes gremiales, cuando, en rigor, se sabe que no todos encajan exactamente en el paradigma, tan autóctono, del dirigente enriquecido que representa a trabajadores empobrecidos.
Víctor De Gennaro se escapa de las características del gremialista estándar no sólo porque sigue viviendo en la casa de siempre en Lanús, por ejemplo, sino porque rompió con otra tradición tan arraigada en el mundo sindical: no buscó su reelección perpetua, como casi todos sus colegas, al frente de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), de la que fue secretario general desde 1984 hasta 1992, ni tampoco en la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), esa competidora directa de la CGT que fundó y lideró entre 1992 y 2006 (que reivindica la autonomía respecto de cualquier partido y en la que se eligen las autoridades por el voto directo y secreto de los afiliados, que llegan a 1.400.000).
Es más: De Gennaro es tan distinto de muchos de sus colegas gremiales que se fue de las filas del peronismo en los años noventa, en rechazo al menemismo, e incluso abandonó el sindicalismo activo cuando dejó la CTA para dedicarse a una construcción política de centroizquierda, como lo está haciendo en la Constituyente Social.
No debió de haber sido fácil la decisión para este peronista genéticamente puro, que hace poco cumplió 62 años (aunque aparenta veinte años menos), con tres hijos y dos nietos, al que algunos imaginan como el “Lula argentino”, rótulo que él rechaza porque, más allá de los orígenes sindicales de ambos, los procesos políticos de cada país son distintos. Aun así, De Gennaro no descarta una candidatura presidencial, pero siempre que sea el resultado de asambleas que definan “un proyecto colectivo” porque, repite, “hay que construir políticas para millones de personas”.
De Gennaro está en estas horas en medio de un fuego cruzado con el docente Hugo Yasky, su sucesor al frente de la CTA desde 2006 hasta septiembre pasado, en que se hicieron los comicios para renovar autoridades. Yasky, cercano al oficialismo, perdió las elecciones por más de 15.000 votos ante el estatal Pablo Micheli, aliado a De Gennaro, aunque la situación no está definida: debería volver a votarse en algunos distritos por algunas irregularidades, pero, ante la falta de acuerdo con sus rivales, Micheli amenazó hace 48 horas con la posibilidad de que su sector deje la CTA para formar otra organización.
“Yasky pasará a la historia por su relación con el Gobierno y por ser el que originó la ruptura de la CTA”, advirtió De Gennaro en la entrevista con Enfoques. “El Tano”, como lo llaman muchos, también criticó duramente al “sindicalismo empresarial”, en donde ubica a los dirigentes de la CGT de Hugo Moyano, cuyo poder -dijo- “no está en los afiliados, sino en los negocios”.
Y criticó al kirchnerismo por imponer “un modelo económico que es un modelo de consumo para los altos ingresos y para el exterior”. De todas formas, piensa que la dirigencia tradicional no lucha en serio contra la pobreza porque no le conviene al poder: “El hambre es el mayor disciplinador social que existe -afirmó-. El hambre desestructura, te obliga a sobrevivir y así no podés pensar en tus derechos, tus deseos”.
-Hay una lectura obvia que se hace a partir del asesinato del ferroviario Mariano Ferreyra: que este caso refleja la decadencia de un modelo sindical que tiene que recurrir a la violencia para defenderse a sí mismo y a sus negocios. ¿La comparte?
Me gusta decirlo al revés. Los negocios implican un modelo sindical. Los negocios de la concentración económica, de la privatización, de la tercerización, han creado un sindicalismo que se transformó en empresario. Esto empezó después de la dictadura con los grandes popes del sindicalismo que empezaron a asociarse a esa estructura económica que derivó en las AFJP, las aseguradoras de riesgos de trabajo, las acciones de empresas privatizadas y las empresas tercerizadas. Su poder no está en los afiliados, sino en los negocios. Y ese sindicalismo es socio de los grupos empresariales y del Gobierno que, evidentemente, subvenciona ese tipo de prácticas. La consecuencia es este grado de deterioro que trata de impedir la democracia. Por eso muchos no quieren la democracia y la libertad sindical. Por ejemplo, no hay delegados: según estadísticas del año pasado del Ministerio de Trabajo, en el 87% de los establecimientos privados no tienen delegados. La falta de libertad y democracia sindical en el lugar donde se genera la riqueza es la clave de que se aliente este modelo de sindicalismo.
-No es la primera muerte en algún enfrentamiento en los gremios, pero parece que tampoco alcanza para que el poder político decida cambiar este modelo sindical.
La mayoría de las expresiones partidarias, gubernamentales o legislativas funcionan como gerentes de los grandes grupos económicos. El ministro de Trabajo es más el jefe de personal o el director de recursos humanos de las empresas que defensor de los trabajadores. Tomada es eso. Es igual que hablar de que la inflación no te preocupa o que un poco de inflación viene bien, como dijo Moyano: viene bien para los vivos que concentran la riqueza. Para los que vivimos de un sueldo, no viene bien. La inflación es una forma de trasladar la riqueza de un grupo a otro. Y los grandes concentradores, los que determinan los precios, son los que se llevan la ganancia. Ese proceso inflacionario beneficia a los que más tienen. Y una política económica que beneficia a los de arriba y a los de afuera, como la que está defendiendo el Gobierno, necesita una estructura sindical que se acople a esto y gerentes que, en términos políticos, la lleven adelante.
-Usted, evidentemente, no es de los que creen que este gobierno es progresista…
Me sorprende cuando alguien lo dice: en 1997, las 200 empresas más grandes del país producían el 11,2% del PBI y 104 de ellas eran extranjeras. En 2007, esas 200 empresas produjeron el 21,6% del PBI. Es decir, casi el doble. Y las extranjeras pasaron a ser de 104 a 128. El modelo económico es un modelo de consumo para los altos ingresos y para el exterior. Es hora de que eso cambie. No puede ser que en nuestro país haya hambre, el mayor disciplinador social que existe. Por otra parte, todos son muy progresistas pero no hacen una consulta popular ni de casualidad. No preguntan nada. No abren nada. Y la sociedad que viene, de los jóvenes, de las mujeres, de los trabajadores, implica una sociedad muchísimo más democrática. Y esto no es un problema teórico.
-¿Qué quiere decir?
Empecé a trabajar en la Secretaría de Minería en 1966 y ganaba 15.750 pesos. Con ese sueldo me pagaba los estudios, me empilchaba, me iba a comer varias veces por semana, me iba tres veces al cine, me iba de mochilero, tenía autonomía. ¿Cómo no iba a pensar en crecer en el mundo si tenía autonomía real? Hoy, el 70% de los pibes no conoce lo que es un trabajo estable hasta los 25 años. ¿Le parece que a los que están en la esquina chupando cerveza no les gustaría tener una pilcha buena y estar en un bar, jugando al billar, leyendo o estudiando? Les gustaría, pero no lo pueden hacer. Hoy, ser joven es un delito. No es nuevo: seis de cada 10 desaparecidos eran menores de 30 años, seis de cada 10 desocupados de la década del 90 eran menores de 30 años, y seis de cada 10 presos hoy son menores de 30 años.
-¿Cómo se combate la cultura de la “mano dura” indiscriminada contra los jóvenes cuando hay tanto delito juvenil?
Con sentido común. ¿Cuál es el país más seguro del mundo? Finlandia. Después, Noruega, Suecia, Bélgica, Dinamarca, Holanda… Tome los diez primeros y descubrirá que a mayor distribución del ingreso, menos delito. ¿Por qué entonces nos ocultan esta verdad? Porque es un negocio la cárcel, la seguridad privada, la estructura del delito. ¿O los pibes son los que tienen los desarmaderos? ¿Son los que hacen las cocinas de droga? No, claro. A veces me sentía inhibido ante los periodistas porque me decían: “Basta de diagnóstico, queremos propuestas”. Pero un médico importante me dijo una vez que el diagnóstico es la clave, y tiene razón: si a un tipo le duele la panza y alguien piensa que es un tumor hay que operarlo, pero si alguien piensa que es gastritis hay que darle determinada pastilla y si alguien piensa que es un dolor que no existe, mandarlo al psicólogo. El diagnóstico es la clave. ¿Por qué en vez de perder tanto tiempo en esa discusión del emergente no discutimos a fondo la causa?
-Hay algo que usted dijo en lo que quiero detenerme: “El hambre es el mayor disciplinador social que existe”. ¿Por qué? ¿Cuál es el negocio de mantener la pobreza?
El hambre no organiza sino que desestructura, te obliga a sobrevivir. No podés pensar en tus derechos y deseos cuando tenés que resolver lo más elemental. En este país, hace diez años había 13 millones de pobres. Hoy, 13 millones y medio es lo mínimo que reconoce el Gobierno, pero la mayoría dice que hay entre 16 y 18 millones. Está planificado, necesitan ese disciplinador social. ¿Por qué no hay trabajo en blanco? El negocio es bajar los costos. El costo salarial cada vez es menor en el producto final, pero te siguen apretando. No sólo te sacan más sino que te subordinan tu capacidad de creación, de ser feliz, autónomo. Por eso el hambre es un disciplinador social.
-Micheli amenazó anteayer con la posibilidad de que su sector deje la CTA para formar otra organización. ¿Ya hay ruptura?
Se llamará a los compañeros de todo el país para debatir lo que se hará. Yasky no quiere que se resuelva la elección, pero vamos a discutir el tema en un plenario nacional y asumiremos la responsabilidad de seguir construyendo una CTA con autonomía. Yasky pasará a la historia por su relación con el Gobierno y por ser el que originó la ruptura de la CTA. El comité arbitral dijo que en las elecciones no había habido fraude. Pero ellos no quieren que se vote de nuevo.
-¿Yasky garantiza una CTA más dócil?
Ellos entraron en esa actitud y hasta se transformaron al hablar en nombre del Gobierno delante de los trabajadores. Fue un error: hay muchos compañeros que pueden tener cualquier pensamiento partidario, pero la autonomía de la CTA es inclusive respecto del partido al que uno pertenezca y hasta del gobierno al que en algún momento podamos acceder. ¿Cuál es el drama?
-En las elecciones de la CTA hay peleas, denuncias de fraude, clima de ruptura. Ustedes encarnan un modelo distinto, pero ¿con este tipo de cosas no se acercan al de la CGT?
En la CGT no se vota. Y cualquier compañero de la CTA puede ser visitado en su casa…
-En nuestra charla usted no fue muy duro contra Moyano, la cabeza de ese sindicalismo empresarial que tanto critica. ¿Por qué?
Moyano es secretario general de la CGT, de la que yo me fui hace muchos años para construir otra cosa. Se pierde mucho más tiempo en destrozar personalmente que en discutir la esencia de la política. Uno no es solamente lo que dice, es fundamentalmente lo que hace. Pasa lo mismo a partir de la muerte de Néstor Kirchner: los que han hecho política solamente “anti-Kirchner” hoy quedaron colgados del pincel. La política es algo más profundo. Como el modelo sindical. El problema es cuál es la línea de fondo de esa estructura que se está quedando con los recursos naturales del país, con la vida de nuestros pibes, que mantiene el hambre… ¿Cómo puede ser que sigamos asistiendo, como si no fuera algo tremendo, a la muerte por hambre en “un país que está hecho de pan”, como dice Alberto Morlachetti? [N. de la R.: es el creador de la Fundación Pelota de Trapo e impulsor de la campaña “El hambre es un crimen”]. No habrá un cambio sustancial en el país si no somos capaces de construir políticas para millones. No es cosa de tres o cuatro tipos, un grupito, una vanguardia… Esos terminan comidos por los dueños del poder. Millones significa democratizar. Y por eso hay que democratizar la vida sindical, electoral y partidaria.
-Es difícil solucionar el drama del hambre, más cuando se niega que exista. Es obvio que el mismo gobierno que niega la inflación no puede reconocer que crece la pobreza.
Hay dos países: uno que baila un minué de acuerdos electorales y del “tomala vos, dámela a mí” al que juegan los dos movimientos populares, el peronismo y el radicalismo, convertidos hoy en una rosca que no tiene nada que ver con la Argentina real. En esa Argentina que yo camino se discute cómo llegar a fin de mes, se coincide en que es una inmoralidad que no haya pago del 82% para los jubilados, por qué razón el salario familiar no es para todos. Lo que existe en esa Argentina real es falta de poder, que es algo distinto. Tenemos falta de poder, que es la capacidad de resolver y hacer las cosas que queremos.
-¿Le preocupa Moyano como símbolo de ese sindicalismo empresarial, que crece a expensas de los afiliados de otros gremios, que tiene un poder económico importante?
No, me preocupa la falta de libertad y de democracia sindical porque confío en que los trabajadores vamos a organizarnos como queremos. Cada uno debe tener derecho a proponerle a los compañeros lo que cree. Respeto todas las ideas, pero no puede impedirse la libertad y la democracia sindical. Ser secretario general no significa ser el jefe, sino representar al conjunto.
Mano a mano
Conozco a la mayoría de los sindicalistas argentinos y sé que la mayoría mejoró ostensiblemente su nivel de vida en forma proporcional a la continuidad en sus lujosos sillones. Víctor De Gennaro no parece haberse enriquecido y, cosa curiosa, los ejes de su discurso no variaron con el tiempo. En un país donde el que sube suele olvidarse de los que están abajo y readapta su discurso para que no lo parezca, De Gennaro es un caso tan raro como admirable. Es un tipo sencillo, inteligente, profundo, sensible y, sobre todo, coherente.
Varias de sus definiciones se las escuché hace 20 años, cuando yo era un periodista especializado en temas sindicales, pero me impactó escucharlas de nuevo y, sobre todo, cómo siguen vigentes. ¿Me estaré contagiando de la “zurda loca”, como definió el metalúrgico Juan Belén a la CTA? No creo. Sé que hay muchas cosas en las que no coincido con él, pero también sé que comparto sus apelaciones a la autonomía, a la libertad y a la democracia sindical, y a la construcción de políticas para millones, esas mismas que podrían sonar huecas en boca de cualquier otro. De Gennaro produjo en mí algo que pocos dirigentes despiertan en la ciudadanía: le creo.