El discurso oficial habla de inclusión, desarrollo económico con justicia social y los chicos como prioridad. Sin embargo, los datos oficiales remarcan que los trabajadores están más cerca todos los días de perder su vida que de ganarla a través de su oficio; mientras que las niñas y los niños de los pueblos originarios están afuera del sistema educativo y también son abusados en tierras que siguen sufriendo distintas formas de saqueo.
Números y testimonios que imponen una mayor actitud crítica ante lo que aparece en los medios y la necesidad de construir una herramienta política de transformación que busque a las mayorías como sujeto histórico.
De acuerdo a los últimos datos publicados en la página oficial de la Superintendencia de Riesgos de Trabajo de la Nación, en la Argentina de 2009 se produjeron 635.566 accidentes laborales y de ellos, 830 resultaron fatales.
830 historias de trabajadores que quisieron ganarse la vida y la perdieron.
La mayor cantidad de siniestros laborales se dieron en el sector de la construcción con el 139,3 por mil; seguidos por los producidos en el área de la agricultura, caza, silvicultura y pesca, con el 94, 8 por mil y la industria manufacturera, con el 91,5 por mil.
Los sectores económicos con menor nivel de accidentes laborales fueron los servicios comunales (34,2 por mil), servicios financieros (40,1 por mil) y electricidad, gas y agua, con el 47,7 por mil.
Pero como diría Raúl Scalabrini Ortiz, los números son las vísceras de la sociedad.
Ellos explican la exacta dimensión de la justicia en la vida cotidiana y cuánto valen los derechos laborales.
En el período comprendido entre 2003 y 2009 según los datos oficiales en la Argentina fueron registrados 4.126.618 accidentes laborales. A razón de 589.517 por año, 1.638 siniestros por día.
En la Argentina que alguna vez fue orgullo en materia de defensa de los derechos de los trabajadores, se producen 68 accidentes laborales por hora, más de un trabajador lastimado por minuto.
Una cifra que debería llamar a la reflexión: cada sesenta segundos un trabajador es herido en el país cuyo gobierno habla de los cambios a favor de la clase desde 2003 en adelante.
Si cada minuto genera semejante sangría entre los trabajadores, por el otro lado, se producen las grandes ganancias empresariales. Cargill, por ejemplo, factura casi 30 mil pesos por minuto.
O sea que mientras la multinacional junta tanto dinero, un trabajador resulta lastimado como consecuencia de la realidad que sostienen esas cifras.
Porque esos números están diciendo que la vida de un laburante vale tan poco porque los intereses de las grandes firmas son tan poderos y tienen tanta impunidad.
La verdad de la Argentina contemporánea está en estos números.
La auténtica precariedad laboral está en la insoportable liviandad de la existencia de los trabajadores.
Siguiendo esos números oficiales, en el último año registrado (2009), se produjeron 830 muertes obreras. Pierden la vida dos trabajadores por día en la Argentina del Gobierno de Cristina Fernández.
Los siete años contabilizados, las vidas obreras que se perdieron sumaron 6.176, es decir un promedio de 882 trabajadores muertos por año, una vez más, dos existencias de laburantes por día que se inmolan en el altar de las grandes ganancias patronales.
He aquí la verdadera naturaleza del modelo y del sistema.
La vida de un trabajador vale muy poco.
Mientras que los intereses de las grandes empresas son cada vez más poderosos.
Los chicos del desierto
Las chicas y chicos indígenas están marcados por los efectos de una conquista del desierto que continúa, ciento treinta años después. Aunque la Argentina, según la UNESCO, es uno de los países con mejores índices de escolaridad en todos sus niveles, la realidad de los pibes y pibas de los pueblos originarios es otra muy distinta.
Según cifras oficiales, el total de los estudiantes de pueblos originarios matriculados en el sistema educativo apenas roza el uno por ciento del total.
Alrededor de ochenta mil chicas y chicos indígenas concurren a la escuela. Once mil van al nivel inicial, cincuenta mil a la primaria y quince mil a la secundaria.
Los más perjudicados son los que hablan su lengua originaria: los wichí, toba y mbya guaraní, por ejemplo, están en peor situación que otras poblaciones. Los chicos tienen al español como segunda lengua y si no hay docentes formados en educación bilingüe, entonces no pueden comunicarse y no hay integración con los criollos – sostiene Elena Duro, especialista en Educación de UNICEF.
Para Carmen Burgos, miembro del pueblo Kolla y Coordinadora del Foro de Pueblos Indígenas del Instituto Nacional contra la discriminación (INADI), “las denuncias que recibimos que el acceso a la educación para niños y niñas de poblaciones indígenas está vulnerado, sobre todo aquellas que intentan mantener su lengua materna y eso no es respetado. Si bien la Ley de Educación plantea la Educación Intercultural Blingüe (EIB), hay provincias donde a eso se le da cumplimiento y otras en las que no”.
Las cifras exhiben estas diferencias, estas nuevas exclusiones. Uno de cada cinco habitantes de estas poblaciones no recibió ninguna instrucción formal; y el 60 por ciento de los estudiantes primarios tobas superan la edad establecida para el curso al que asisten y que los niveles de sobreedad entre los chicos tobas se triplican si asisten a una escuela con matrícula indígena.
El estudio de UNICEF advierte también que las cifras de repitencia y abandono escolar en Chaco aún triplican la media nacional. Allí solamente un doce por ciento de los chicos acceden a la secundaria y el uno por ciento la termina.
Un número que evidencia las consecuencias de un desprecio es largamente centenario en la Argentina que sigue haciendo de Julio Argentino Roca el “prócer” de mayor valor económico en la vida cotidiana a través de su imagen permanente en los billetes de cien pesos.
Pero hay otros pueblos que también sufren la continuidad del saqueo y la exclusión.
“En el plano educativo, las cifras referidas a los pueblos kolla y mapuche reflejan que aún quedan brechas por salvar: el 8 por ciento de los que tienen quince años o más no recibió instrucción formal; el 25 por ciento no completó el nivel primario y el 40 por ciento empezó el secundario pero sólo la mitad llegó a completarlo”, reflejan las últimas investigaciones.
Entre los mapuches, “sólo el 30 por ciento de los adultos de entre 40 y 49 años ingresó al secundario. El porcentaje aumenta al 57 por ciento entre los jóvenes de entre 20 y 29. Ahora, entre los adolescentes de 15 a 19 años, la matrícula en la escuela media alcanza el 70 por ciento, lo cual puede indicar un avance en las políticas de inclusión más recientes”, apuntan los datos de los informes.
Más allá de las bellas palabras de los discursos progresistas, en la Argentina del tercer milenio las chicas y chicos de los pueblos originarios siguen sufriendo exclusión y maltrato.
La clara evidencia de la continuidad de la conquista del desierto. Los pibes que sufren la permanente construcción del desierto en sus vidas cotidianas.
Artículo publicado en el Periódico de la CTA N° 77, correspondiente al mes de junio de 2011